mayo 12, 2006

Disolvencia por: Guillermo Acuña

Toma 1. Heredia, 5:00 p.m del 11 de mayo de 2006. Costado sur de la Universidad Nacional Autónoma (UNA). Hombre de unos 35 años, carga caja con paquetes de fresas, de esos que seguramente el dueño de la Path Finder o el BMW adquirirán con rubor mientras hacen el alto o esperan que cambie la luz del semáforo para seguir su burbujeante tránsito por las carreteras de todos.

Toma 2. El hombre no camina, corre. Lo observo unos 5 segundos a la cara para saber bien cual es el motivo de su rápida e intrépida performance. Como en esta sociedad los códigos nos han enseñado a dudar y convertir sospechoso todo lo que se mueva, pues bien vale tomarse un tiempo para aclararse si es que la mercadería es de propiedad ajena, si el aguacero viene doblando la esquina o si el bus lo ha dejado. Malabarista si es, con toda seguridad, pienso mientras lo observo del segundo tres al cinco….no se le cayó ni un solo paquete de fresas, de esas que saben muy bien con natilla o de seguro acompañarán el postre de alguna cena distinguida…o de esas que le ayudarán a redondearse su escuálido ingreso promedio de trabajador del flamante mercado informal costarricense, orgullo del modelo y trapito de dominguear de la nación.

Toma 3. A los 10 segundos aparece el motivo de la escena: efectivo de la seguridad municipal, atléticamente contorneado con una panza descomunal, pero bien dotado de sus instrumentos para resguardar el orden y el progreso provincial. No corre, jadea. Mientras jadea y corre (por que si puede hacer las dos cosas al mismo tiempo) no aparta su mano izquierda del sofisticado equipo de comunicación que de seguro debe de pesarle una barbaridad. Debe ser que si se le cae y se rompe se lo cobran como nuevo. Lo observo, pero no tanto como al vendedor, que de todos modos ya escurrió su figura doscientos metros más abajo. El efectivo (metáfora con la cual les encanta denominarse y yo me pregunto: ¿efectivo para qué?) detiene su carrera-jadeo y ve irse a su interlocutor por la gracia y la justicia divina, el mar de carros que le estorban y por supuesto, su bien logrado estado físico que lo dejó perseguir al informal (¿ilegal dirían algunos?) apenas 100 metros.

Toma 4. Siento la necesidad de aplaudir el hecho pero si lo hago mi Toyota Starlet del año 81 ocasionará un caos monumental en esa congestionada y globalizada calle herediana. Aprovecho entonces para reflexionar sobre el sentido que tuvo la imagen para mí, y me convenzo cada vez más que nuestra sociedad está repleta de “borders patrol” por todos lados, aquellos a quienes la informalidad y la “ilegalidad” justifica su salario y su razón de ser.

¿Qué hacemos con el vendedor informal (que igual puede ser el trabajador indocumentado: ambos son outsiders del sistema), producto del modelo de exclusión e inequidad social y económica?: le damos campo para que pueda vender sus fresas y llevar el sustento a casa o le hacemos una zancadilla, para que el policía municipal justifique su salario del día?

Toma 5. Se imprime.

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Paula Piscoya vende tamales en las calles peruanas desde hace más de 30 años. La foto es tomada de una noticia de la BBC acerca de la vida de vendedores y vendedoras ambulantes en Lima. Decía Paula en el 2001: "A veces la policía municipal nos persigue o nos echa del lugar, pero hay que trabajar. Tenemos que ir a otra esquina para que no nos retiren nuestros productos. Trabajar en la calle no es tan fácil. Y en invierno es peor" (Para leer la noticia pulse aquí).

3 comentarios:

Unknown dijo...

Memo... ¡tanta exclusión por todas partes! Tenemos que extender los alcances de la red y empezar a trabajar estos temas ¿no? Seguimos...

Anónimo dijo...

EL texto es excusa para hablar de estos y otros temas....hoy son tantos los outsiders que la verdad no alcanzan mecanismos como los que impulsamos. mientras tanto, sigamos convenciendonos todos de que es necesario avanzar por estos caminos.

Memo.

Julia Ardón dijo...

Que lo diga yo, un día se me ocurrió irme a la Sabana, cuando al FIA a vender mis camisetas de la hermandad, y me persiguió la policía...con una prepotencia....tuve que salir literalmente corriendo con el chinamo a cuestas para que no me quitaran las camisetas...fatal!!

Pero me gustó vivirlo en carne propia, y mucho más que conmigo lo viviera mi hijo, para sensibilizarse con respecto a ese problema...